viernes, 23 de marzo de 2018

LA INFANCIA DE JESÚS - Joseph Ratzinger ( )

LA INFANCIA DE JESÚS - Joseph Ratzinger

Género: Ensayo

Autor: https://es.wikipedia.org/wiki/Benedicto_XVI

Sobre la obra:

"En el principio existía el verbo, y el verbo era Dios."

La palabra, percibida como un elemento material y divino. La divinidad misma. La palabra, descrita así por Ratzinger al inicio de este ensayo coloca el texto de su exégesis en un lugar comprometido.
Si la palabra es Dios y es sagrada, la verdad es la forma de esta en que se puede considerar  su naturaleza divina, pues la falacia parece propia del diablo.

La palabra de Ratzinger, un hombre extraordinariamente inteligente, preparado, culto y piadoso, puede ser y de hecho es su propia trampa. Una trampa en la que no parece verse atrapada su condición moral, que destila bondad, caridad y bonhomía , sino la veracidad de los textos a los que alude, y sobre los que se asienta la doctrina católica.

Un ejemplo de añagaza en la que se ve cautiva la "palabra" de los Evangelios la revela el propio exégeta:

"lo que Mateo y Lucas pretendían era escribir "la historia", historia real, acontecida. Historia ciertamente interpretada y comprendida sobre la base de la Palabra de Dios."

Esta afirmación revela - no se si involuntariamente - que para la Iglesia, a la sazón para su sumo representante terrenal, "la historia real", no es una descripción fría de los hechos que se exponen a la lectura crítica de los fieles. Una descripción más o menos pormenorizada de sucesos acontecidos que deban posteriormente enmarcarse en su contexto histórico, moral y físico, sino una descripción tamizada por la fe incondicional e inmutable de los primeros testigos, todos ellos "de parte" que años después de los sucesos, inmersos a la sazón en el proyecto de hacer crecer y desarrollarse a un culto que les conviene y del que son líderes, dejan constancia escrita para que la palabra no se pierda.

Desde un punto de vista no demasiado crítico, estos textos son por tanto, no un relato fiel de los hechos sagrados de la vida de Jesús, sino una descripción tendenciosa que no tienen otro objetivo que servir a la labor de proselitismo llevada a cabo por sus autores.

El autor continúa:

"...Esto quiere decir que su intención - la de Lucas y Mateo - no era narrar lo acontecido por completo sino tomar nota de aquello que parecía importante a la luz de la Palabra y para la naciente comunidad de la fe."

No se puede describir con mayor concreción y claridad; Lucas y Mateo, - y por extensión el resto de apóstoles realiza sus relatos en función de los intereses que conciernen a la divulgación de su credo.
Adaptando sin remilgos la historia que conocen - o no - de Jesús a La Palabra de dios. Un Dios que se les había revelado en el Antiguo testamento y que ya tenía numerosos fieles.
Añade además que los textos versan sobre hechos escogidos no sólo para que encajen con la doctrina, sino para que vengan a servir a los deseos y sensibilidades de la incipiente comunidad cristiana, entonces escasa y perseguida, que pretenden reforzar y aumentar.

En mi opinión, se hace difícil no entrever en las palabras del Pontífice un reconocimiento tácito de la naturaleza del culto católico en origen, como un simple cisma de la religión judía, en aquel tiempo poderosa.
Podemos presumir pues que los "doce" no fueron sino apóstatas del judaísmo que deciden erigirse en profetas de una nueva religión, que en realidad -como es sabido- no es sino una amalgama de otras muchas- mixtura de cultos paganos, supersticiones y mitos atávicos.

Resulta inevitablemente enternecedor leer al papa emérito, un hombre de enorme cultura y experiencia, dotado de una inteligencia privilegiada, hablar sobre cuestiones tales como los "misterios" relativos a la concepción. Afirmaciones como que María fue fecundada por el oído, es decir, por la palabra del arcangel. O que la sorpresa de José fue mayúscula (algo comprensible), que resultan tan pueriles para un escéptico, le sacan a un el lado más tierno.
Lo realmente fascinante es que leyendo Ratzinger uno percibe una sinceridad palmaria en sus palabras. Cree en lo que dice. Y cabe sospechar que aquellos a los que alude, otros eruditos sin duda creen también. Ver como se devana en cálculos numéricos cabalísticos, o como analiza desde diferentes perspectivas las frases contenidas en un texto de dos mil años del que no se tiene prueba alguna de que haya respetado fielmente el original resulta inquietante.
Me pregunto como puede cautivar a hombres y mujeres intelectualmente tan capaces una fábula prodigiosa como la biblia. Tal vez algún día, sospecho, sea la neurociencia quien nos ofrezca la respuesta. Y con ella la triste vacuna contra la fe.

Los símbolos

Haciendo un alarde de semiotica aplicada, el autor interpreta todo aquello que carece completamente de sentido hasta para el más crédulo y militante de la fe de un modo extraordinariamente burdo.
Acepta que el nacimiento de Jesús no se da hasta los siglos 6 u 8 de nuestro tiempo mientras que Mateo lo sitúa en el año 0, contemporáneamente al reinado de Herodes el grande, rey por gracia de Roma. Es sabido que el monarca había hecho liquidar a todo menor de dos años en Belén en la época en que Jesús hubiese contado con esa edad. Sea para evitar que aflore la huida y crianza de Jesús en Nazareth, Chachemira u otros lugares donde habría recibido una educación distinta a la judía, (se dice que la egipcia) o por verdaderos convencimiento e interés científico, el autor hace esta concesión a los expertos.
Otras concesiones como la inverosimilitud de que el hijo de un carpintero, un oficio necesario y bien pagado en aquel tiempo se viera abocado a la necesidad de alojar al recién nacido en una cuadra o una cueva, empleando el pesebre de asno y mula, allí presentes, como cuna, ls explica del modo más ingenioso.
El lugar en el que sitúa la escena es tal en virtud de las profecías que arrancan en el viejo testamento y que acopla con malabarismos a la situación descrita.
El asno y la mula son por el contrario sólo símbolos, demasiado prosaicos para decorar si no por tradición el momento de la llegada del Dios Rey. ¿Hubiese permitido José que su hijo se alojara donde come un rucio ante la mirada de este, arriesgando a que una dentellada del famélico pollino acabara con sus frágiles huesos?.
Para el autor asno y mula son los iconos que representan a judíos y gentiles, los dos pueblos que Jesús uniría en la fe. Sin palabras.
El aso de los reyes magos no queda tan claro. En el texto combina magistralmente la existencia de verdaderos reyes, verdaderos astrónomos, o sólo símbolos de los pueblos del mundo; África, Europa y oriente. Se debe inferir de esta representación que Dios en aquel tiempo no había descubierto América ni Australia y que China no estaba habitada por hombres a los que unir e la fe.

La revelación de que los tres míticos reyes eran Tartesos y con ello Españoles, vamos a dejarla a un lado pues todavía me llega el eco de las carcajadas en los medios de comunicación y eso a pesar de que han pasado años desde la publicación de este libro.

Poco más se puede decir.
Si bien un sólo libro es poco fundamento para esbozar la personalidad de un ser humano, si quiera en sus más visibles perfiles, no cabe duda que podemos afirmar que  Joseph Ratzinger es uno más de los innumerables talentos concentrados en una falacia histórica. Han construido desde Pedro un colosal decorado en el que ellos mismos son los actores, en la puerta se anuncia una obra distinta a la que en realidad se interpreta y la tramoya está empapada en sangre-


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